
¿Victoria de Samotracia, descuartizada, deshecha a golpes de espadas, o Victoria a lo Pirro, que es como decir que por allí pasaron Atila y sus hunos, y el pasto ya no volverá a crecer, y si crece, dejara la marca del paso contundente de caballos y guerreros, o un rastro de incendios y humaredas, o los pedazos de lo que queda esparcidos en un desorden de locura, de pasión y huracanes?. No, mujer. No es eso lo que quiero.Hoy vine aquí a celebrar que además de los finales, las partidas, de los adioses o las guerras, suelen existir esos intermezzos que llamamos “durante” y existe la vida (que es también una fiesta) y que en mi desborde incluyo ansiedades, amores contrariados, necesidades, tazas de cafés y cigarrillos y larguísimas horas de esperas, de desencuentros, de laberintos, y de mas idas que de venidas, dice el inexorable balance.No te he tomado como mujer por la falta de tiempo, de cercanía y también de coraje.¿Me deberé arrepentir de haber visto tu hermosura brillante como una joya, los ojos, la piel, la insinuación de tu cuerpo? Nada de eso. Y celebro haber permanecido algunos instantes en tus ojos, que es como decir que habrás almacenado algo de mi, lo menos que espero, en un rastro, una vaguedad, tal vez alguna inexactitud de este rostro que con el tiempo se hará cada día mas desdibujado.Celebro el haberte conocido y decirme a mi mismo que me soy fiel en el gusto por las mujeres bellas, por la fina terminación y el pulido de un cuerpo femenino que Natura da a algunas y para otras “non presta”, esquiva Natura, o acaso guarda para mejor oportunidad y ocasión.Celebro que hayas nacido, y celebro esta victoria, pequeña, microscópica, imperceptible, una nimiedad, de dejar una ventana abierta, un vaso a medio llenar, una promesa, una esperanza, y estas imperiosas ganas de seguir celebrando hacia el oeste, a un costado de la cordillera, donde están los viñedos, y vos mujer, conectada a mi mundo por un hilo larguísimo, me imagino, que lleva el frío de las altas cumbres nevadas, a las serranías, a los remansos de los arroyos, y el polvo seco, y el agua de las acequias, y el color de la uva, y tu piel, y la marca registrada de tus contornos que ya reposa en mis ojos.