DESCONOCIDOS EN UN TREN I

Su ocio y mis negocios hicieron que nos viéramos por primera vez en el andén de la estación. Las horas que siguieron a esto magnificadas por el filtro paso del tiempo que engrandece los sucesos agradables, me hacen recordar las horas como unas de las más excitantes de mi vida.

Ella vestía de elegante negro, abrigo y Dios sabe que más debajo, y esperaba en el andén cuando llegué, mientras escuchaba música, yo como siempre pendiente de mi teléfono móvil: llamadas, sms, correos... como todos los días. Quiero pensar que desde el primer cruce de miradas los dos dejamos patente aquel toque de lascivia que se incrementaría con el paso de los minutos.

Nos acomodamos en el tren, asientos numerados y sorpresa: asientos enfrentados. Observo su gracia quitándose el abrigo y mi mente se recrea imaginando como sería si se quitara algo más. La desnudé entera con el pensamiento y ella no sé si consciente de mi fantasía, pero alimentándola se recrea en su striptease. La blusa también negra suficientemente desabrochada se adapta a sus senos suficientemente grandes, suficientemente firmes y de aspecto delicioso. Toma asiento, acomoda su falda y cruza las piernas, con un libro en la mano y sin separarse de su música. Yo con el periódico y el bolígrafo retorciendo la cabeza en un sudoku y la imaginación en su entrepierna. Después de la recesión de azafatas con periódicos, zumos, frutos secos, auriculares y todos los artefactos del viaje y aburrido de cruzar miradas me incorporo y disparo:
- Te invito a un café.

Retira los cascos y acepta encantada, deja escapar una sonrisa (supongo que pensaba: ya era hora) y al ponerse de pie se roza conmigo sin ocultar la intencionalidad. Este primer contacto físico era el revulsivo que necesitaba para seguir adelante. De camino a la cafetería la observo por detrás, ufff que delicia… Por detrás también me gusta, me encanta como se mueve. En el vagón del café, demasiada gente, esta situación nos permite el contacto físico, pude sentir el tacto de sus pechos en mi brazo insistentemente, y en un momento pude aproximar por una décima de segundo mi bragueta a su falda, ese contacto me estremeció internamente y ella se dio cuenta, se dio tanta cuenta que no dejo de ofrecerme la misma situación en numerosas ocasiones porque supongo que a ella le producía la misma sensación. Oportunidades que nos brindaba el exceso de gente en el vagón y que yo no desaproveché. Habíamos superado la barrera del contacto físico, lo que venía detrás nos lo podíamos imaginar aunque tenía mis dudas de lo que podía dar de sí el escenario.

Volviendo al asiento y en el descansillo que antecede al baño, tuve la oportunidad de besarla, la intención era empujarla hacia el baño consciente de la excitación que me producía aquella situación. La besé el cuello, me recreé en su oreja y la susurré al oído:
- Llévame el tanga al asiento…

A los poquísimos minutos, aparece en el asiento, toma mi abrigo de la percha como si fuera suyo y deja mi trofeo en el bolsillo. Había desabrochado un botón más de su blusa y antes de sentarse se agachó intencionadamente, varias veces colocando sus cosas enseñándome sus pechos cubiertos por un sujetador negro, me encantaba el paisaje. En el siguiente periodo de viaje transcurre entre el deseo que se podía cortar con cuchillo y tenedor, la piel de gallina en cada movimiento y la conversación banal que se produce cuando se tiene la cabeza entre las piernas del otro. Escribo en el margen del periódico y se lo doy a leer: Me muero por saber cómo es lo que hay debajo de tu falda, ella no contesta, sonríe, agita sus piernas para cruzarlas en la otra dirección.
Escribe en el periódico y se va:
- Te voy a hacer otro regalo, vas a ver mis pezones marcados en la blusa.
Cuando regresa, no puedo apartar la mirada de sus pezones excitados taladrando la blusa y antes de sentarse repite la operación anterior, solo que ahora no hay sujetador que oculte sus pechos. Puedo ver por un instante sus pezones erguidos, esta situación va provocando presión bajo mi bragueta y así se lo hago saber con una nota en el periódico, primero y elevando mis caderas, después para hacer mi bulto más patente. No sé ni su nombre pero nunca he sentido tanto deseo, nunca he vivido una situación tan intensa y tan morbosa.
Se levanta y me indica que le siga, la sigo hasta el descansillo donde me lanzo a su boca, la coloco mirando por la ventanilla de la puerta de salida del vagón y yo la tomo por detrás apretando mi bragueta en su falda, haciéndole sentir mi excitación en sus nalgas que mueve sinuosas. Mi posición me permite controlar si alguien se aproxima por el pasillo, mientras beso su nuca, su cuello, nos recreamos en nuestro movimiento de caderas.
- ¿cómo estás de excitada?
- Compruébalo…











Bajo la mano hasta levantar la falda, exploro la entrepierna y siento la exagerada humedad en los dedos y los hundo en su sexo, cuando lo hago sale de su boca un gemido corto y seco, la acaricio por dentro pero nos anuncian la llegada al destino. Una pena… Nos queda mucho por hacer y nuestro deseo promete.
Antes de despedirnos, escribo una nota en el periódico, la arranco y se la entrego:
- HOTEL CHAMARTINO y mi número de teléfono, dame dos horas.

Lo que pasó a las dos horas, para otro día y a ti Amanteceres gracias por aquellas horas en el tren y por lo que siguió. De las dos horas de reunión no me acuerdo y supongo que no estaría en plenas facultades, cosas del recuerdo del pasado inmediato y el deseo del futuro próximo... Me encanta que me desees de esa forma tan pasional Amanteceres… Pues así me dijo que se llamaba.

Desconocido.
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