Hablaba despacio, como lamiendo cada palabra de su infinito, y cada palabra era un camino hacia la seducción, y la entrega, todo formaba parte de un todo, y el lo sabia.
Su mundo era la palabra, por que una vez que se escuchaba su voz era difícil olvidar su eco, también sus silencios.
Y hubo mil conquistas, y cada una fue única en esos instantes, y mientras el cuerpo florecía, el alma se mecía en la incertidumbre del engaño, y más tarde en la cólera y la indiferencia.